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Perder y ganar

Y llegó mayo nomás...

Son las 6. Podría seguir durmiendo un ratito más, pero quiero escribir algo para compartir. Para cuando se despierte la pequeña de la casa, ya no será posible. Así que elijo, me levanto. Pierdo y gano.

Mientras escribo, a las 7.31, percibo el amanecer sobre el río, detrás de inmensas sombras rectangulares que en unos minutos serán edificios. Detengo la redacción y como intento cada día, me regalo contemplar ese espectáculo. Me recuerda que, de una u otra forma, el Universo seguirá su curso y que hay cuestiones mucho más grandes que nosotros a las que es prudente prestar atención. Volví a elegir. Perdí y gané.

Atiendo un par de pacientes, y al terminar, reacomodo el metro cuadrado transformado en consultorio en épocas de sesiones online y me dispongo a jugar con Guada que ya está despierta. La invito a llevar sus juguetes al balcón, para aprovechar que todavía pega el sol (¡necesito vitamina D!) pero parece que el cuarto quedó lindo, porque no hay forma de convencerla. Disfruto muchísimo sus ocurrencias y su tierna manera de ganar la disputa. Me quedo tirado en el piso de su pieza, aún tenuemente iluminada, divirtiéndome con bloques, muñecos, pelotas, autos, su cocina y el juguete “empleado del día”, el globo que al desinflarse chilla y vuela por el aire causándole mucha gracia. Perdí vitaminas pero lo que gané no tiene precio.






La jornada continúa y reflexiono sobre el duelo, sobre tantas pérdidas y proyectos que quedaron, al menos momentáneamente, truncos. Repaso alguno de mis planes cancelados o postergados y no puedo evitar pensar también en los que me habían compartido familiares, amigos, pacientes y colegas. Aquel que había decidido comenzar a viajar, quienes tenían fecha para casarse, quien iba a realizar un gran festejo para su cumpleaños, quien estaba a punto de iniciar una convivencia y quien estaba a punto de terminarla, quien se animó a dejar un trabajo en relación de dependencia para dedicarse a su pasión, quien se mudó a otra ciudad para poder estudiar y a poco de haber arrancado se encuentra haciéndolo “a distancia” …

A partir del último caso pienso en las muchas personas que ya estaban atravesando un duelo, y tuvieron que sumarle otro de yapa. Y algunos son chicos. Quienes están terminando una etapa escolar, por ejemplo. A veces no lo notamos puesto que detrás de los rituales (buzos, fiestas, viajes y demás) se diluye la angustia que estas instancias implican. Pero frente a las etapas de transición son justamente esos rituales, mediante el peso de lo simbólico y con un efecto catártico, los que permiten aliviar ciertas tensiones y continuar el recorrido avizorando el después desconocido y, por tanto, frecuentemente atemorizante.

Hoy estamos todos elaborando duelos, procesos emocionalmente complejos. Resulta necesario que dediquemos espacios para ese trabajo. Probablemente tengamos que idear nuevos rituales. Y por si sirve de ayuda, va un recordatorio: los rituales son más efectivos cuando se realizan colectiva y comunitariamente. Quizá, así como los aplausos en los balcones representan un reconocimiento diario al esfuerzo de tantos, una rutina de video llamada con compañeras/os de grado en los que a la vez puedan mecharse fiestas temáticas que brinden un adelanto de los futuros festejos de egresados, sea un ejemplo de ritual que ayude a los más chicos a transitar sus propios duelos.

En definitiva, a esta altura, pareciera que ya no podemos dejar de aprender al menos dos lecciones tras esta pandemia. Primera: o enfermamos juntos o sanamos juntos. Segunda: nuestra libertad sigue vigente, y seguiremos perdiendo y ganando detrás de cada elección. Hoy podemos quedarnos pegados a lo que ya no será o descubrir lo que la vida tiene de potencial. Los podremos recibir vivenciando un feriado o de alguna otra manera, pero los meses de mayo y los amaneceres seguirán llegando.


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